sábado, 18 de julio de 2015

La desgracia de Grecia: En el Passeig de Gràcia.



Resultado de imagen de foto de grecia  tsipras
Grecia es un catalán que vive en uno de los barrios modestos de Barcelona, que acude al Passeig de Gràcia y deslumbrado por los escaparates que lo pueblan o amueblan siente el deseo de ser propietario de algunas de las lindezas que muestran. Mas no tiene capacidad económica. Pero como le han dicho de todas las formas posibles que en la acera de enfrente hay unos bancos dispuestos a dejarle posibilidades, pues cruza anhelante el asfalto y pide un crédito.
Con el dinero en la mano se encamina otra vez hacia la acera dorada de sus apetencias y decidido va a entrar en uno de esos cubículos soñados cuando alguien le toca el hombro. Que resulta que tiene que volver a cruzar el paseo, pues le toca pagar la primera cuota de su crédito. Lo hace y obsesionado con la otra acera, cruza de nuevo, tras pagar con dolor su primera cuota, pero enseguida cae en la cuenta de que aquel anhelado establecimiento ya no tiene nada que él pueda comprar pues con el dinero que le ha quedado después de hacer el primer pago no puede adquirir nada. Se resigna y busca otro establecimiento más asequible. Ya no estará en el Passeig de Gràcia pero estará cerca. Se conforma.
Enseguida, unos metros más allá, en La Puerta del Ángel, encuentra algo deseable. Olvidado el lujo del Passeig va a entrar ilusionado en este nuevo lugar, nido de las apetencias consumistas, pero, ¡Ay!, otra vez una mano toca su hombro. ¿Lo adivinan? ¡Exacto! tiene que hacer un nuevo pago……..Vuelve al Passeig de Gràcia, echándole una mirada de refilón a lo que deslumbra y ya no podrá ser, camino del banco. Hace su pago y se vuelve a ver en la calle y regresa a La Puerta del Ángel. ¿Adivinan otra vez? Ya, con lo que le queda, no puede comprar nada en esas calles que no anuncian la Catedral, próxima. Ha de dirigirse a un barrio más asequible.
Es fácil deducir dónde terminará nuestro catalán. Terminará comprando en su barrio lo que siempre había comprado pero con una deuda que le hará la vida un infierno. Sólo irá al Passeig de Gracia a acrecentar su desgracia.
Esto que acabo de narrar no es bien bien  lo que le sucede a Grecia pero es el alambre frío, implacable,  sin carne, sin vida que sostiene a los ciudadanos griegos. Barcelona no es la Comunidad europea, para suerte de Barcelona, y el ciudadano catalán no es el pueblo griego, aunque el banco si es el banco. ¿Se dan cuenta de que la labor metafórica ha sido posible con la ciudad y con el individuo pero se hace complicada con el poder económico? ¿Querrá decir esto algo? No sé, pero me tiemblan las piernas sólo de pensarlo.
El futuro del ciudadano catalán no le importa a nadie. Acabará dando su sangre para pagar la deuda o desahuciado debajo de un puente porque su capacidad de maniobra es nula. Nada le ampara. No significa una amenaza para nadie. Haga lo que haga. Barcelona seguirá incólume. Ni el valor de un microbio tiene nuestro ciudadano.
Pero para suerte de Grecia, Bruselas no está tan asentada como el Passeig de Gracia y la Comunidad Europea no tiene un ensanche tan cómodo y un paseo marítimo tan claro como Barcelona. Todo en la Comunidad Europea suena a falso, hasta lo que parece más evidente: Su alianza con el ultraliberalismo, que de liberalismo no tiene nada, pero algún nombre hay que darle a lo de siempre: La voracidad de unos pocos satisfecha a costa de muchos.
Es falsa, decía, su alianza con el ultraliberalismo por la sencilla razón de que el ultraliberalismo no se casa con nadie. Aunque hay políticos dirigiendo la Comunidad que parecen pensar que sí, cuando resulta que si miras el planeta desde la Luna ves guiños por doquier. Sobre todo hacia Sudamérica y el Sudeste Asiático, lo que puede querer decir que Europa entre en periodo de glaciación económico a no tardar mucho. Por muchos griegos, ahora, y vete tú a saber quiénes después, en Bruselas estén dispuestos a sacrificar.
Sólo hay una escapatoria para Grecia y es que las reglas del juego cambien. Pero para eso, primero tiene que haber un buen jugador en Grecia y Tsipras ya ha demostrado que no lo es y tiene que haber más jugadores dispuestos a no seguir jugando. Dispuestos a ir al Passeig de Gracia para pasear y comprarse un helado o una bolsa de comida para las palomas y sentarse a esperar que los edificios de los bancos puedan ser metaforizados porque ya su esencia admita parangón o símil. Y no acaparen con su función luctuosa cualquier posibilidad de esgrima literaria.
Porque la otra posibilidad, la de que nuestro ciudadano se quede viviendo eternamente yendo y viniendo del barrio al Passeig de Gràcia tiene el peligro de que se acomode y vaya diciendo por ahí que él es un romántico, seguidor de Keruoac, siempre en la carretera, o un amante del vagabundeo y le guste vivir en la puta calle. Porque entonces ya se sabe, o ya sabemos, que en España nos estamos preparando y ya tenemos una ley para eso. Privilegio que da tener un ministro del Interior en conexión directa con el más allá, dónde se debe explicar muy bien, porque lo que es en el más acá sólo el exministro Wert lo llevaba peor.
Una última cosa. No se crean eso que van diciendo por ahí de que el ministro alemán quiere a Grecia fuera del euro. Es un farol. Y lo de los cortafuegos, una bombilla. Resaca de la partida que Tsipras no tuvo el valor de jugar cuando a su pueblo es lo que le pedía el cuerpo. Lástima. Sale Grecia del euro y se ven desde Júpiter las carrerillas. Y las bolsas, todas en los contenedores, para que al día siguiente el camión de Wall Street se ponga hasta los topes. Eso se sabe.